La Palabra es Vida

He aquí el último vídeo del Círculo de Humanidades en el Espai Vital de Cardedeu -diciembre 2018- donde se explica, entre otras cosas, el simbolismode la Navidad:

 

IV Círculo de Humanidades en Barcelona 17.01.2019

IV Círculo de Humanidades en Barcelona 17.01.2019

Aquí tenéis el nuevo cartel para Barcelona, felicitando a la vez el Año Nuevo: ese Año que ya no transcurre como el año viejo, antes nos sitúa en el Aquí-y-Ahora, atestiguando ese otro Tiempo más cercano y real.

Tal como reza el cartel, el próximo Círculo de Humanidades pone énfasis en la Verdad: esa que nos hace libres…Y que las fiestas todavía en curso nos presentan como un Niño Divino naciendo eternamente en la cueva -o portal- de nuestro Corazón Iluminado.

Seáis bienvenidos a ese tipo de consideraciones, encaminadas a encarnar el Conocimiento, los ya asíduos, y los que acudáis por primera vez.

Los arquetipos: estructuras latentes del ser humano y del mundo

Los arquetipos: estructuras latentes del ser humano y del mundo

He aquí la grabación del IV Círculo de Humanidades el 11.04.18 en Cardedeu (Barcelona)

Fuego fraterno para avivar la Comunidad Global

Fuego fraterno para avivar la Comunidad Global

José Olives muestra el Fuego en el centro del Common Action Forum 17, que acaba de celebrarse este fin de semana en el hotel Wellington de Madrid, bajo el lema The Limits to Inequality: Seeking a Sustainable Society: en el cuarto módulo, titulado Another Idea for a Universal History from a Cosmopolitan Point of View.

Bajo mi retrato tenéis el vídeo. Clicando se abre directamente en la primera de mis tres intervenciones (parlamento y posterior debate).

LAS HUMANIDADES VII: La Autoridad entendida como sintonía con la verdad

556864_369603479796049_157195212_n(Krishna en la función de Autoridad espiritual se presenta como el Divino Cochero que guía al Poder temporal, representado por el príncipe Arjuna en el mito del Mahabharata expuesto en la forma del célebre diálogo entre ambos contenido en la Bhagavad-Gità. La imagen, aunque popular y dulzona, dice mucho. Presentamos a continuación un nuevo capítulo de Joaquín Muñoz)

De acuerdo con las especulaciones que compartimos –el viernes pasado- alrededor de la iconografía de las Tres Gracias, podemos concluir que sólo puede enseñar el sabio, aquel que ha adquirido previamente un conocimiento y lo ha hecho suyo; aquel que ha investigado y contemplado; aquel que ha recorrido el camino que va del sombrío mundo de la caverna platónica al hermoso y soleado mundo de la superficie…  No puede por tanto educar, desde el punto de vista clásico-tradicional, aquel que carece de lo que Olives denomina «Autoridad» (Auctoritas).

Define a ésta como “sintonía con la verdad”[1], recordándonos que es más que la mera posesión de la verdad: es la interiorización de ésta, el ajuste vibracional con ella, su encarnación en la propia persona y vida.  La sintonía con la verdad implica acercarse a ella con el intelecto, no sólo con la razón.

De hecho, la contraposición polarizada entre estos dos órganos cognoscitivos[2] suele utilizarse para meditar en torno a la relación analógica que existe entre Autoridad y Potestad, entre contemplación y acción.  Afirma Olives que “el intelecto se halla al lado de la función de autoridad, mientras que la razón, al estar enfocada hacia la comprensión de lo exterior (sea lo sensible, sea lo discursivo), utilizando el análisis separador, el «etiquetaje» conceptual, y vinculada por leyes duales de la lógica, es el instrumento principal de la acción humana. [Por ello] la razón está estrechamente ligada a las cuestiones de poder, a la «política» en sentido corriente, y a la capacidad de organizar lo pragmático [a la Potestas]”[3].

Sin embargo, no debe olvidarse que este dualismo entre Autoridad y potestad, entre intelecto y razón, no es más que un recurso didáctico-especulativo.  Una vez más, Olives propone la complementariedad frente a la dualidad: “Autoridad tiene quien conoce la naturaleza y las leyes que afectan una cosa o un proceso.  La autoridad legitima el ejercicio de cualquier actividad y es condición de su eficacia”[4], es una condición previa necesaria para que la acción (el hacer propio de la Potestas) esté encaminado hacia el éxito.

Para profundizar en la relación entre estas dos facultades y funciones, nos remite a la analogía desarrollada por Coomaraswamy[5] en torno al simbolismo de la relación entre Atena y Hefesto: “Este último es el divino artesano, forjador de todas las armas de los dioses olímpicos y prototipo del artífice, el técnico, el especialista, el «hombre procedimental».  Es, sin embargo, cojo: no le funciona una pierna.  Su hermana, «la de ojos garzos», diosa de la visión arquetípica, nacida de la mente divina, es la que concibe y dicta las ideas que el herrero cojo plasmará en la materia con pragmática eficacia. (…)  Ella es autoridad para su hermano Hefesto, quien ejecuta, y quien por sí solo, faltado de inspiración y guía, no podría hacer nada eficaz ni valioso[6].

Una enseñanza similar –y con una imagen, en mi opinión, más sugerente- es la que se transmite en una antigua fábula china, “El ciego y el cojo”, normalmente atribuida a Huai Nan Zi en la que se narra como dos hombres, de por sí desvalidos (un ciego y un cojo), deciden unir sus facultades para iniciar el camino de un largo viaje que les salvará la vida, alejándoles de los feroces enemigos que están conquistando su reino.  Por separado, ninguno de los dos habría podido alcanzar su destino…  Pero, al colaborar, sus aptitudes de complementan y sus carencias o defectos quedan superados por la aportación del otro.

El intelecto dispone de la capacidad de “ver” y, por tanto, está facultado para guiar: está dotado de autoridad…  Pero es cojo, es estático, carece de arte, de “saber hacer”.  En cambio, la razón tiende a avanzar por el camino, puede dar muchos pasos, es tremendamente activa pero está ciega, desconoce a dónde ir: así es el poder.  Intelecto y razón, por sí solos, son insuficientes pero, cuando colaboran, cuando ocupa cada uno su lugar, cuando Autoridad y potestad conviven en armonía, guiando el uno y ejecutando el otro, entonces –y sólo entonces- posibilitan el auténtico desarrollo del potencial humano a nivel personal y comunitario que da lugar a la eudaimonia.

Pero, insiste Olives, para que el hombre y la sociedad (micro y macrocosmos) funcionen correctamente la relación entre Autoridad y potestad, entre contemplación y acción, debe ser de armonía funcional, no de absoluto sometimiento: “la única fuerza que en realidad incluye la autoridad es (…) la fuerza de la verdad, la fuerza que tiene mostrar una conexión con lo real, con lo objetivo. (…)  La autoridad no exige obediencia, no manda”[7]. Y, aludiendo a Mommsen, sentencia:  “La autoridad es más que consejo y menos que orden: consejo que no es prudente desdeñar”[8] porque ese compromiso con la verdad es una fiel guía hacia la felicidad humana[9].

Recurriendo a la etimología de Autoridad, nuestro autor se reafirma en su tesis: “la palabra auctoritas viene del verbo latino augeo, que significa «guiar», y también «hacer aumentar» o «acrecentar».  En efecto, por su papel de guía el sabio hace aumentar el conocimiento de uno y los demás, haciendo aumentar la riqueza individual y colectivamente en cuanto al goce de la buena vida, la paz y la felicidad”[10].

Sin embargo, es importante recordar que la inversión de lo excelso supone la aparición de lo perverso y que, por tanto, cuando la potestad quiere guiar o la autoridad decide actuar, reinar, transformando la Autoridad en autoritarismo, se están poniendo los pilares del desastre.  A este tipo de inmixión o confusión de funciones es a lo que Olives denomina «la rebelión de los reyes» o «el síndrome absolutista»[11] y considera, a ambos, como el inicio de una etapa de fundamentalismo y violencia[12].

Para evitarlo, propone una visión clásico-tradicional del gobierno en la que se toma, como modelo hermenéutico-simbólico a seguir, el gobierno del universo, ejercido en todo momento por su Autor, y que –como pauta divina- debe ser imitado en el microcosmos que es el ser humano y proyectado hacia la dimensión colectiva que es toda comunidad[13].  Este gobierno, que podemos adjetivar como «natural», fue descrito en los antiguos mitos cosmogónicos para que pudiera ser trascendido, interiorizado y aplicado a cada ser humano, promoviendo así la realización espiritual-personal[14].

La natural relación entre Autoridad y potestad se encuentra inscrita, por tanto, en lo más profundo del universo y de nosotros mismos.  Basta con detenerse un instante y auto-contemplarse: ¿qué es previo, el «hacer» o el meditar, evaluar y decidir «qué hacer»?  Primero decidimos, nos fijamos un objetivo, una meta, guiamos nuestra acción y, sólo después, iniciamos el movimiento y nos planteamos el modo más eficaz de realizarlo.  La mayoría hemos adquirido la experiencia de que actuar sin meditar previamente no suele dar buenos resultados…

Por eso mismo, debería sernos sencillo comprender  -por correspondencia o analogía- que el buen gobierno dependerá de la sumisión del poder temporal a la autoridad espiritual, de la razón al intelecto, de la acción a la contemplación, así como de la consiguiente fluidez y armonía entre ambas funciones[15].

Transmitir estos conocimientos, guiar al hombre hacia la comprensión del mundo que le rodea y de sí mismo, velar por el conocimiento y ordenación de las partes, promover el buen gobierno de uno mismo y de los demás dentro de los condicionamientos de tiempo y lugar en que se encuentren inmersos… Esas son las tareas que corresponden a quienes detentan la Autoridad, auténticos maestros del  humanismo porque –conscientes de que no todos los deseos del hombre traen la felicidad- se preocupan de transmitir la escala de valores que conduce a estados de dicha y plenitud duraderos y provechosos para el prójimo[16].  Ellos son los depositarios de la tradición, de los símbolos, mitos y ritos, de los medios de conocimiento y realización espiritual propios de una civilización, una comunidad o un pueblo[17], que llevan a su destinatario a religarse consigo mismo, con quienes le rodean, con el universo y con su creador al descubrir esas estructuras o ritmos comunes a todo lo creado que hacen posible el conocimiento analógico.

Es esta religación –que nos hace más humanos- lo que nos permite calificar a la hermenéutica simbólica como filosofía mística, así como destacar el valor religioso de las humanidades entendidas en su sentido clásico-tradicional.


[1] Olives:2006, 393

[2] Hemos tratado sobre ellos en el cap. 4.c.iii

[3] Olives:2006, 419

[4] Olives:2006, 393

[5] Cfr. Coomaraswamy:1983, 45-50

[6] Olives:2006, 393-394

[7] Olives:2006, 394

[8] Olives:2006, 398

[9] Cfr. Olives:2006, 417

[10] Olives:2006, 417

[11] Olives:2006, 395

[12] Cfr. Olives:2006, 397

[13] Cfr. Olives:2006, 160

[14] Cfr. Olives:2006, 409

[15] Cfr. Olives:2006, 401

[16] Cfr. Olives:2006, 401-402

[17] Cfr. Olives:2006, 425

LAS HUMANIDADES IV: el simbolismo metafísico del mito platónico de la Caverna

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(Ofrecemos a continuación otro capítulo de Joaquín Muñoz Travé, colgado en su blog Meditaciones del Día <http://meditacionesdeldia.wordpress.com/&gt;, procedente de su obra inédita Las Humanidades como método para el desarrollo del potencial humano en base a la aportación de José Olives Puig al mundo académico)

Para algunos, no basta con saber que el mundo está formado por símbolos y que éstos pueden ponernos en relación con unas realidades distintas a las visibles.

No, mediante la hermenéutica simbólica clásico tradicional, se pretende dar a conocer un método teórico-práctico[1] de desarrollo del potencial humano a través de los símbolos que es característico de las humanidades y que pretende utilizar a éstos como instrumentos de retorno a “la inmutable fuente oscura de donde surge toda luz y toda palabra”[2], como medios de realización espiritual, de desvelamiento de la verdad absoluta y de acceso a la visión de la realidad última cara a cara[3].

Este viaje iniciático[4], de liberación de una visión incompleta del mundo  y de uno mismo (basada en la exterioridad de las cosas)[5], es tratado por Olives mediante la remisión al mito de la caverna de Platón[6].

Para comprenderlo adecuadamente, propone transformar el habitual dibujo rectangular de aquélla en una imagen circular de la misma (que la asimila estructuralmente al mandala) y recordar que la caverna, tradicionalmente, “es el lugar de iniciación en los antiguos misterios”[7].  De este modo percibiremos con mayor facilidad el simbolismo antropo-socio-cosmológico de la misma[8].

Figura 66

Olives:2006, 411

Al comienzo de la narración del mito dice Platón: “Imagínate, pues, a unos hombres en un abrigo subterráneo en forma de caverna, cuya entrada, abierta a la luz, se extiende a todo lo largo de la fachada; están allí desde su infancia y, encadenados de piernas y cuello, no pueden cambiar de sitio ni ver en otra dirección que hacia delante, porque las ligaduras les impiden volver la cabeza; el resplandor del fuego encendido lejos, sobre una altura, reverbera tras ellos; entre el fuego y los prisioneros hay una vereda ascendente; a lo largo de esta vereda figúrate un pequeño muro parecido a los pequeños tabiques que los que hacen farsas con marionetas ponen entre ellos y el público y por encima del cual lucen sus habilidades. (…) Entonces, figúrate a lo largo de ese pequeño muro a unos hombres que llevan utensilios de todas clases que sobresalen en la altura del muro, figuras de hombres y de animales, de toda clase de formas, talladas en piedra y en madera, y, como es natural, de entre los que las llevan, unos hablan, otros están callados. (…) ¿Piensas que en esa situación pueden ver de sí mismos y de sus compañeros otra cosa que las sombras proyectadas por el fuego sobre la parte de la caverna que da frente a ellos? (…) ¿No piensas que creerían nombrar como objetos reales al nombrar las cosas [=las sombras] que verían? (…)  ¿No crees que cada vez que uno de los que pasaban se pusiese a hablar, pensarían que esa voz era emitida por la sombra que desfilaba? (…) Que a los ojos de esas gentes la realidad no podría ser otra cosa que las sombras de los objetos confeccionados?”[9].

Figura 67

Este punto de partida, gráficamente sintetizado por el dibujo de nuestro autor (Olives:2006, 413) describe -para Platón y para Olives- la situación de aquel ser humano que sólo percibe la exterioridad del símbolo, sin descubrir ni vivenciar lo simbolizado; el hombre que vive en el interior de la caverna sin plantearse que existe un maravilloso mundo fuera de ella; el hombre que no se pregunta por el origen ni el por qué de sí mismo ni de cuanto le rodea; el ser humano narcotizado que disfruta de un teatro de sombras y nunca se pregunta qué las causa ni por qué él es capaz de percibirlas.

En consecuencia, la primera fase del proceso de liberación de esta estrecha visión de la realidad consiste “en romper las cadenas y los grilletes para darse la vuelta y mirar hacia el interior de la caverna”[10], inversión de la mirada que recuerda a la raíz etimológica de intuición (intueor) que ya hemos citado anteriormente[11] y nos remite al órgano cognoscitivo que nos permitirá realizar ese viaje hacia la luz, esa recuperación de la memoria o recuerdo de lo primordial perdido pero latente en el fondo del ser, esa reminiscencia o anamnesis, ese despertar o iluminación: el acceso al intellectus[12].

Este desarrollo que, como iremos comprobando, es gradual o evolutivo, comienza por la toma de conciencia –en ocasiones espontánea, en ocasiones inducida- de que uno se encuentra preso de su propia mente, el principal enemigo de cada uno (según afirma Olives citando el diálogo entre Diógenes y Alejandro Magno que narra Dión de Prusa), auténtica cadena o grillete que le ata a uno a una visión muy sesgada de la realidad:  “¡Tú eres el peor enemigo de ti mismo: el más irreconciliable y el más temible, mientras seas tan vicioso y tan necio!  He aquí el hombre a quien menos conoces.  Porque no existe necio ni malvado alguno que se conozca a sí mismo”[13] .  Queda patente en esta cita la directa relación que se establece entre conocimiento y virtud en el pensamiento tradicional y, más concretamente, en su vertiente platónica:  el recto actuar se fundamenta en el recto pensar, por lo que el pecado –o el errar en el actuar, la decisión o acción que perjudica a nuestra naturaleza- es el fruto de nuestra ignorancia, de un conocimiento deficiente, de una apariencia que tomamos por real cuando no es más que una sombra del auténtico Bien.

Sin embargo, en el pensamiento clásico-tradicional se entiende que es éste un camino de doble sentido y que también la virtud (la fuerza interior que conduce al recto actuar[14]) es un requisito indispensable para alcanzar la sabiduría (el recto pensar o el conocimiento adecuado).  Ortodoxia y ortopraxis se precisan, la una a la otra, como causa y como efecto al mismo tiempo.

De hecho, parte de esta ortopraxis consiste en la exigencia humanística –hermenéutico simbólica- de volver la mirada hacia uno mismo como exigía Sócrates, de autoconocerse, de descubrir lo simbolizado en el interior de cada uno.  Esto sólo puede lograrse trascendiendo el pensamiento (no renunciando a él)[15],  poniendo la mente al servicio del ser humano entendido como unidad, sin caer en un sometimiento esclavo a la razón (en base a que el haz de luz jamás podrá iluminar a la linterna que lo produce[16]).  Por tanto, habrá que autodescubrirse (o re-conocerse) explorando la propia conciencia (nuestros pensamientos, sentimientos y reacciones[17]), pero superando la mera introspección psicológica para así introducirse en el ámbito de conciencia que Olives denomina “persona”.

A ésta “nunca podremos conocerla en el sentido que conocemos las cosas, los seres distintos de nosotros mismos, ni como conocemos los  rasgos de nuestra psicología o nuestra conducta.  En este sentido, nuestro ser, el «si mismo» es «incognoscible», pero, claro está, es perfectamente vivenciable, puesto que no somos otra cosa que él, y siempre lo hemos sido”[18].  El ser persona radica en esta vivencia de contemplarnos como espectadores de nosotros mismos, tomando conciencia de quiénes somos más allá de nuestros pensamientos, sentimientos, sensaciones y demás elementos cambiantes de nuestra identidad; consiste en disfrutar de encontrarnos en ese centro inmutable, en gozar de esa presencia que siempre hemos sido y que es el sustrato que permanece más allá de los cambios propios de la edad, del paso del tiempo y de la evolución personal.  Tomar consciencia de esa parte de nosotros mismos que permanece inalterable y presente es a lo que impropiamente llamamos el «desarrollo de la personalidad», y es el fundamento último de la buena vida[19], de la eudaimonia, de la vida feliz, digna y libre.

Para acceder a este nivel de conciencia que hemos denominado “persona” es preciso liberarse de los grilletes que le mantienen a uno con la mirada puesta en las sombras, en la apariencia, en lo cambiante, en lo que parece pero no es.  Esta liberación supone intuir que el mundo sensible no es el único existente, sino que es el reflejo de otro mundo arquetípico y dotado de mayor realidad; implica descubrir la dimensión simbólica de cuanto nos rodea y de nosotros mismos[20], acceder –a través de lo visible- a las ideas fuerza que se encuentran grabadas en el alma humana y en el Anima Mundi[21], superar la visión dualista, materialista o empirista del mundo que sólo otorga realidad a lo sensible-ilusorio y no se la reconoce a lo supra-sensible, que es ontológicamente más real y duradero[22]

Si prestamos atención, observaremos que es a partir del fuego -y de ese simbólico teatro de sombras- que el prisionero puede intuir el mundo intermediario que es representado, en la alegoría platónica, por la pasarela por donde desfilan los individuos portando los objetos que dan forma a las sombras que aparecen proyectadas en las paredes de la caverna.[23]

Es bajo la guía del intelecto –ayudado por la razón[24]– y mediante una serie de encadenamientos asociativos que no son arbitrarios pese a escapar a la lógica del pensamiento discursivo-dualista[25], que uno puede descubrir las sombras como símbolo,  accediendo de este modo a los arquetipos que le facilitarán una mejor comprensión de la estructura y dinámica del mundo y de sí mismo[26].

Cuando hablamos de la hermenéutica simbólica que propone Olives nos encontramos, por tanto, ante un proceso de talante plenamente humanístico, que exige conocer mínimamente las claves interpretativas y las referencias transmitidas tradicionalmente, pasar todo lo comprendido racionalmente por la criba del autoconocimiento[27] e identificarse con el símbolo, empatizar con él como el actor de teatro con su papel, hasta llegar a reconocer el arquetipo en uno mismo[28].  Sólo por esta vía puede accederse a todos sus beneficios, a su contenido y a su potencial gnoseológico y transformador de la personalidad.

Olives llama la atención sobre el hecho de que, cuando el prisionero vuelve la vista hacia el interior de la caverna y descubre la pasarela que hemos identificado con el mundo intermediario de los arquetipos, toma consciencia de que ha accedido a éstos partiendo de las sombras, y que éstas sólo son visibles y operativas como símbolo gracias al fuego central que él identifica con el entendimiento o intelecto[29].  Pero –nos recuerda- este “mirar hacia adentro” y descubrir el fuego no es un proceso sencillo. Quien inicia este viaje debe estar preparado para no sucumbir ante todas las dificultades y tropiezos que aparecerán a lo largo del camino, muchos de ellos procedentes de la propia mente, que ya se encontraba cómoda en su mundo de sombras.  Platón lo explica así: imagina “que uno de los prisioneros fuera liberado, que se le obligara a levantarse de pronto, a volver la cabeza, a andar, a levantar los ojos hacia la luz que le causarían dolor y, deslumbrándole, le impedirían mirar los objetos cuyas sombras veía poco antes. (…) ¿No crees tú que se vería muy en apuros y que los contornos que antes veía le parecerían mucho más verdaderos que los objetos que se le mostraban ahora?  Y si se le obligase a mirar la misma luz, ¿[no crees] que le dolerían los ojos y que rehuiría y los volvería hacia las cosas que puede mirar y que considera a éstas más visibles en realidad que las que ahora se le muestran?” [30].

Aunque intelecto y razón deberían ir de la mano para obtener una imagen fiel y completa de la realidad, a menudo ésta ocupa el lugar de la primera exigiendo una primacía o exclusividad que supone seguir con la mirada puesta en las sombras proyectadas sobre la pared.  Se trata de la opción más sencilla, más cómoda, pues supone mantener el status quo, no hacer cambios, dejarlo todo tal y como está, evitando así el esfuerzo de poner en marcha un sentido –el sexto sentido- que hasta entonces estaba dormido: el intellectus.

Superar esta tendencia es lo que se procura mediante la dialéctica, el método filosófico por excelencia que –a través de los símbolos, interior-exteriormente contemplados- nos pone en contacto directo con la verdad mediante una experiencia a-dual del mundo y de uno mismo propia de la intelección (noética) que gusta de la realidad al modo místico, empático, unitivo[31], que promueve el mejoramiento y transformación del ser humano[32], su autoconocimiento, la recuperación de su dignidad original[33], pero que debe saberse que –como todo nacimiento o renacimiento- puede producir “dolores de parto” (hecho que demuestra lo acertado de la expresión socrática “mayéutica” y lo recomendable, como veremos más adelante, de disponer de una “comadrona” en el “alumbramiento”; de un maestro que nos guíe en el camino de salida de la caverna[34]).

En mi opinión, es el valor que supone enfrentarse a estos “dolores de parto” –propios del tránsito de un mundo a otro, de un estado de ser a otro- lo que justifica suficientemente que se haya denominado a la dialéctica “la vía del héroe”[35]Ésta supone un ascético camino teórico-práctico de perfeccionamiento humano a través del conocimiento de uno mismo y del mundo que puede obtenerse de los símbolos y de una modalidad suprarracional de pensamiento que implica “pensar en imágenes”[36].  Este “pensamiento imaginal” permite superar las limitaciones de la ratio, órgano cognoscitivo discursivo que, como tal,  se encuentra constreñido a las fronteras conceptuales propias de cada idioma o lengua.

Olives, al tratar sobre esta heroica vía, sobre la dialéctica platónica (a la que a lo largo de su obra asimila a la hermenéutica simbólica que él propone), la define –siguiendo literalmente a Platón- como “la operación especulativa de «leer a través», es decir: ver-más-allá de los conceptos, las imágenes, las palabras o los símbolos, para alcanzar –o mejor, vivenciar- el auténtico sentido, que siempre es una experiencia directa que va más allá de las formas y nos hace trascender el racionalismo y la mera lógica formal, superándolos.  Significa, como dice el griego, transitar gnoseológicamente de lo sensible (o visible) a lo inteligible (invisible), del mundo de las formas a la verdad en sí, la cual está más allá de toda forma”[37]; ir de la sombra al arquetipo y del arquetipo al astro rey, a la causa última de todas las cosas que el prisionero y sus compañeros veían en la caverna[38]

Llegados a este punto, resulta más sencillo retomar y comprender la idea principal del simbolismo del héroe: éste, como «semi-dios» que es, tiene una naturaleza humana pero goza también de la filiación divina y trascendente y, por tanto, está abierto a la participación consciente en el ser universal[39], le es posible acceder al sol, a la fuente de toda luz, al origen último de todas las sombras.

Ese es el objetivo final de las humanidades y de su metodología hermenéutico-simbólica y, para alcanzarlo, es preciso recurrir al estudio, a la contemplación y a la docencia.  Tres fases complementarias que integran lo que denominaremos “el proyecto pedagógico de las humanidades”; el camino hacia el centro de nosotros mismos; hacia el desarrollo de nuestra natural dignidad; hacia el despertar de la chispa divina que guardamos en nuestro interior y que nos convierte en templos vivientes, en sujeto y objeto de estudio, meditación y enseñanza.



[1] Cfr. Olives:2006-II, 23

[2] Chevalier:1995, 10

[3] Cfr. Olives:2006, 409  Este hecho justifica que podamos hablar, como veremos más adelante, de filosofía mística o del valor religioso de las humanidades (ver cáp. 4.f)

[4] Cfr. Olives:2006, 409

[5] Cfr. Olives:2006, 414.  En Olives:LD, 7 encontramos un texto mucho más explícito: “El hombre en su estado corriente vive esclavo del pensamiento-emoción, como encerrado en una caverna hecha de representaciones y proyecciones creadas por la mente individual y colectiva y, en consecuencia, relativamente ilusorias”.

[6] Nos recuerda nuestro autor que este mito es “casi imposible de comprender sin contar con las enseñanzas sobre el modelo tradicional del mundo y del hombre que en la Academia se transmitían de forma oral, al igual que las han transmitido las demás tradiciones sapienciales de todas las civilizaciones”.  Los escritos platónicos –nos recuerda- no son más que una incompleta tradición escrita que recoge valiosos fragmentos de antiguas enseñanzas tradicionales que proceden de múltiples fuentes (orfismo, pitagorismo, el legado sacerdotal egipcio, elementos caldeos y persas… etc.) y que no deben ser interpretados como un intento de construir un sistema filosófico al estilo moderno, sino como una profundización en aspectos concretos de un cuadro mucho más amplio que se da por conocido y asumido (Olives:2006, 408-409)

[7] Olives:2006, 414

[8] Cfr. Olives:2006, 410

[9] Platón:Rep, 514a-515c

[10] Olives:2006, 414

[11] Ver nota 200

[12] Olives:2006, 414

[13] Dión:Dis, 135-249

[14] Cfr. Olives:2006, 135 y 178

[15] Cfr. Olives:LD, 5

[16] Cfr. Olives:LD, 26

[17] Cfr. Olives:LD, 23

[18] Olives:LD, 26

[19] Cfr. Olives:LD, 26

[20] Cfr. Olives:2006, 415

[21] Cfr. Olives:2006-II, 60

[22] Cfr. Olives:2006, 415

[23] Cfr. Olives:2006, 415

[24] Cfr. Olives:2006-II, 60

[25] Cfr. Olives:2006-II, 120

[26] Cfr. Olives:2006-II, 60 y 121

[27] Cfr. Olives:2006-II, 120

[28] Cfr. Olives:2006-II, 121

[29] Cfr. Olives:2006, 416

[30] Platón:Rep, 515d-515e

[31] Cfr. Olives:2006, 195

[32] Cfr. Olives:2006, 432

[33] Cfr. Olives:2006, 196

[34] Sin embargo resulta muy interesante la puntualización que realiza el propio Olives al respecto: “En el «camino hacia la luz» uno cuenta con la ayuda de todos los que lo han recorrido antes (en distintos grados y niveles): maestros, escrituras, escuelas, enseñanzas, revelaciones…  Pero cada uno es quien debe realizar directamente el camino de conocerse a sí mismo, porque la luz principal y la guía máxima que podemos encontrar yace en cada uno de nosotros” (Olives:LD, 8)

[35] Olives:2006, 196

[36] Olives:2006-II, 123

[37] Olives:2006, 194

[38] Cfr. Platón:Rep, 514a – 518c

[39] Cfr. Olives:2006, 202

Saliendo de la caverna? Dejando las cadenas?

Figura 67

«Los que llevan años aprisionados con pesadas cadenas, hambrientos y demacrados, débiles y exhaustos, con ojos aclimatados a la oscuridad desde hace tanto tiempo que ni siquiera recuerdan la luz, no se ponen a saltar de alegría en el instante en que se les pone en libertad. Tardan algún tiempo en comprender lo que es la libertad… Buscando a tientas en el polvo encontraste la mano hermana, mas no sabes si asirla o soltarla, por tanto tiempo de estar la Vida olvidada!»  (Un curso de milagros 2,III,9)

 

Quién soy Yo?

El dibujo ya dice mucho. La frase dice más.

El camino del Conocimiento (conocimiento de Sí Mismo) es la vía de los Misterios. Son tan grandes las sorpresas y los descubrimientos, que revolucionan todos los esquemas, pautas y nociones adquiridos. Incluso las concepciones que dábamos por sentadas y creíamos «espirituales».

El principal Misterio es la Unidad…cuando no hay Dos…ni Yo ni el Otro, o bien Yo soy Tu y Tu eres Yo. Pero eso, no basta con con comprenderlo cerebralmente. Asumir la Identidad Verdadera es la máxima revolución: reconocer un nuevo cuerpo, sentirlo, abrazarlo, quererlo en todas sus partes y campos energéticos. Eso (Ese, Esa) está siendo siempre Aquí y Ahora.

El obstáculo en ese camino son las partes de nosotros que no nos gustan: las relegamos al infierno, a lo inconsciente, a lo feo y rechazado en la profunda caverna del «corazón». El obstáculo, esa esfinge, ese monstruo que no nos gusta, en realidad nos interpela (como a Edipo, cuando quiere penetrar en Tebas, la Ciudad Sagrada). La respuesta es el amoroso reconocimiento, ya que la fiera es la otra parte de mí que pide ser integrada. En ella Dios me acecha y me guiña el ojo, más allá de la perplejidad y los dolores, como el Gran Amigo.

El Amor es siempre con Sígo Mismo, porque en realidad no hay otro. Los grandes maestros Dante-Virgilio-Eneas (Orfeo, Platón y tutti quanti de la Antigüedad Entera) nos enseñan cómo proceder por el camino de la Caverna, al Inframundo Subterráneo, a través de la Noche y las sombras. Para recuperar el Gran Misterio, Nuestro «Padre» (o «Madre») perdido, quién no ha dejado de querernos y siempre nos aguarda para seguirnos engendrando más y más conscientemente…Pero en el Amor tan grande que nos une, siempre volvemos a la pregunta que nos salva de la ilusión dualista: Quién Soy Yo? El Verdadero Amor no existe sin la comprensión, sin el Conocimiento. ¿Quién soy Yo?…o simplemente ¿Quién?

Esa última pregunta (en lengua hebrea ¿Mi?) concentra y resume toda la cábala. Otro gran maestro que siempre nos guía, Moisés, al formularla en el monte Horeb, recibe la respuesta: Yo soy el que Es (Ehyeh asher ehyeh). La imagen que acompaña estas palabras sagradas (ese mantra) es la de una Zarza Ardiendo.

Simbolismo iniciático de la caverna (o cueva)

La cueva se halla en el interior de la tierra: es oscura. Entrar en ella implica abandonar la claridad de la vida corriente (de la mente habitual) para adentrarnos en lo desconocido de nosotros mismos (inconsciente, emociones latentes o reprimidas, pensamiento automático, traumas, energías internas que generalmente pasamos por alto, temores, etc). Nos importa ante todo el simbolismo, y desde este punto de vista no es de extrañar que las iniciaciones antiguas (prehistóricas y/o mitológicas) se realicen en el interior de cuevas, cavernas o antros. Entrar en la cueva equivale simbólicamente a entrar en la parte oscura de uno mismo, o incluso darse cuenta (siguiendo a Platón) que hasta ahora uno en realidad ha vivido de manera bastante caótica en un mundo de sombras.

En la isla de Menorca abundan tanto las cuevas naturales como las artificiales (salas hipóstilas troglodíticas, abrigos y cuevas excavados o semiexcavados en los barrancos y acantilados) dando testimonio de un pasado glorioso, cuando la Isla parece que fue un importante centro iniciático del Mediterráneo. La riqueza y belleza de los monumentos arqueológicos, y otros datos que no vienen al caso, parecen corroborarlo y nos permiten barruntar que la isla misma en su totalidad fue un centro sagrado, una isla-templo (isla «druídica», sacerdotal…) punto de referencia para las élites espirituales del Mare Nostrum en épocas remotas de difícil e irrelevante datación.

El simbolismo de la cueva está en el centro de todo ello y la Isla misma parece mostrarlo materialmente con una caverna extraordinaria, tamaño catedral y frondosa boca (véanse las fotos), que hasta hoy la gente más sensible sigue visitando con fervor y respeto. La caverna simbólicamente se halla relacionada con la montaña formando ambas un par de opuestos (elevación al cielo y descenso a las profundidades) que Guénon tan bien ha comentado en los Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada. La Isla de Menorca posee como centro, eje y columna de su peculiar geografía, el Monte Toro, con el precioso templo dedicado a la Virgen María, patrona de la isla, no sólo en la modernidad católica, sino desde los tiempos prehistóricos y mucho antes del cristianismo, aunque en aquel entonces ella fuera llamada con otros nosmbres y representada con otras variantes iconográficas.

La Virgen es la iniciadora en los misterios y la caverna representa esta su dimensión interior, «uterina», renacedora, gestante, oscura, misteriosa, pero altamente fructífera, ya que de ese nuestro interior desconocido que ella representa y gestiona, aparentemente oscuro y a menudo temible, saldrá como una estrella la luz resplandeciente, la gloria y la victoria de nuestro Niño Interior, el Yo Verdadero, que transmuta todas las penas y oscuridades en amor, bondad y belleza.

En la leyenda del Monte Toro, se relata que la Virgen, antes de ser encontrada, es vislumbrada por un contemplativo desde su encierro conventual, y que luego es hallada en una santa cueva dentro de la montaña, con ayuda del Toro, que rompe la roca para facilitar el paso y con el teson de sus pezuñas escala el monte hasta la cúspide abriendo camino a las alturas, donde finalmente es colocada la imagen de María, dentro del templo, irradiando la luz virginal sobre toda la isla y la tierra en general, es decir, sobre el «valle de lágrimas».  El templo mismo (todo templo en general, y el templo cristiano en particular) reproduce en su estructura el simbolismo de la caverna. El templo en la cima de la montaña santa corrobora a asociación simbólica entre cueva y monte más arriba señalada.

No hay contradicción pues entre el descenso a las desconocidas profundidades de nuestra psiqué y la elevación de nuestra mente a la claridad del cielo y a la visión de las luces varias que contiene. Captar el simbolismo implica saber superar las aparentes contradicciones reconociendo el sentido, o mejor, encarnándolo en nuestro ser,…en nuestras tripas.La cueva o caverna es un arquetipo universal directamente relacionado con el nuevo nacimiento (o «renacimiento») del ser humano en esta vida, y por lo tanto es un símbolo iniciático de primer orden. Zeus, Hércules, Orfeo, Mahoma y tantísimos otros son iniciados en cavernas por maestros y escuelas que las tienen como lugar de encuentro, enseñanza, meditación y ceremonia. También en Oriente la cueva aparece vinculada al simbolismo de la iniciación a los msiterios y al renacimiento en sentido espiritual. En la alquimia taoista, aparece por ejemplo vinculada al nombre de uno de los grandes tratadistas, el Viejo Liu llamado «habitante de la caverna» y probable transmisor del «Secreto de la Flor de Oro». Comentando su lugar de origen, el Chen-si de la China, escribe Pierre Grison que esta región <<…cuenta con innumerables habitaciones troglodíticas excavadas en los acantilados de loess. Pero es también conveniente señalar que la caverna es tradicionalmente en la China como en todas partes, un «pasaje» hacia el mundo de los Inmortales <léase, los plenamente iniciados>. El mismo carácter tong tiene el doble sentido de «caverna» y de «penetrar, comuniciar, comprender (las cosas escondidas)». Homologada al crisol de los alquimistas, la caverna es el lugar del «nuevo nacimiento» iniciático>>.<<El Chen-si -sigue comentando Grison- es la región donde se retira Lao-tse tras haber franqueado el «pasaje», y donde los ancestros de los Cheu habían vivido en las cuevas.  Llamar pues al referido sabio taoista  Liu Yen «el huésped de la caverna», no está exento de intenciones simbólicas.>> (cf. Le traité de la Fleur d’Or du Suprème Un, p.11)El simbolismo iniciático de la cueva ha estado presente este verano en los cursos de Menorca, y no solamente por algunas visitas a esta hermosa y conocida cueva del centro de la isla (que aparece en las fotos), antes por el hecho de haber compartido valiosos descubrimientos profundizando en el sentido espiritual del Kung-fu/ Tai-chi/Chi-kung, tal como lo practicamos en el Arte de la Energía, en relación directa con la alquimia interna y el renacimiento, que los sabios taoístas denominan «la endogenia del Inmortal» en cada uno de nosotros.