José OLIVES-PUIG: Vieja política y Revolución Interior

Viendo por la pantalla los debates en el congreso de los diputados, me parece que los candidatos a la presidencia desean el poder por encima de todo, compitiendo uno con otro. Eso me sitúa en la nueva política salida de la revolución moderna. Según afirman categóricamente sus teóricos, la política es la lucha por el poder. Fuerzas contra fuerzas dualísticamente enfrentadas unas contra otras, como vectores en un sistema caótico. Aparece entonces salvador el Estado, que se constituye como siendo la fuerza de las fuerzas, el poder de los poderes, el “monopolio de la violencia”, el Leviathán bíblico, representado como una serpiente acuática que se encarga de controlar la inherente maldad humana: homo homini lupus. Entre Maquiavelo, Hobbes, Rousseau, Tocqueville y tutti quanti, ha quedado legitimada esa manera de ver la política y el ser humano: pesimista, fatalista realista, también dogmática. Ante ella me siento discriminado, yo que he visto con el platonismo la posible liberación del hombre mediante la verdadera política, la que surge no sólo de nuestras tripas, antes del comprender qué es eso común, fundamento de la cosa pública.

Viendo el debate presidencial en la pantalla, preveo que el candidato ganador al conseguir el poder, hará como déspota todo lo que esté en su mano para ejercerlo, usando lo que convenga, desde la irresponsabilidad a la mentira, manipulando, surfeando el caos, sobreviviendo entre las garras de su amo, ese Leviathán, que Orwell llamó Big Brother. Y aquí conviene una aclaración, porque ¿ no decíamos que ese monstruo es el Estado mismo? Sí lo es en la teoría política que nos han inculcado, pretendiendo que el Estado es el soberano, como es soberano el pueblo o la nación, que aquél supuestamente representa.

Esas mentiras están en la base de la política moderna y, a mi entender, la crisis actual ocurre para sacarlas a la luz. Revisándolas nos pondremos en sintonía con la antigua política que comienza con el interés por la verdad y conociendo de cerca la verdadera naturaleza del Leviathán. Lo primero es comprender la soberanía, de la que mucho se habla, pero en la que nunca se indaga. ¿Es soberano el Estado, o simplemente tirano? ¿Viene su soberanía del pueblo? ¿Y qué tiene que ver el pueblo con la soberanía? Además, en el mundo actual ¿qué pintan los Estados? ¿No mandan sobre ellos instancias supra-estatales con mayor poder, capaces de imponer sin trabas sus directrices y organizaciones a los Estados?…OTAN, FMI, BM, ONU, OMS, Comisión Europea, y otros dispositivos creados en la sombra de lo político ¿no es desde ellos que se dirige el desgobierno actual del mundo?

 Ante todo ello conviene hoy recordar una y otra vez, siguiendo a Platón y a los sabios, que la vverdadera soberanía está en Uno Mismo, no en el colectivo. Porque ontológicamente la sociedad es menos que el hombre. La sintonía con la verdad, con lo bueno, lo bello, está en el hombre y sólo indirectamente en la sociedad. El buen vivir depende de cada uno de nosotros, no de la ingeniería social; no de los diseños organizativos y jurídicos de la política. Eso viene después. La fuente, la raíz de la buena vida está en el hombre, como nuestro bien innato, nuestro jardín precioso que merece la pena cultivar. De esa misma fuente mana el poder de manera natural, el poder que nos hace soberanos cara afuera si sabemos reconocerlo cara adentro y conectarnos con él.

La sociedad, la nación, el colectivo eso solamente lo tiene indirectamente, en modo diferido, cuando el hombre-soberano interactúa con su prójimo en base y conexión con esa misma fuente de la soberanía. Entonces se hace visible la verdadera casta, la transparencia, el ser sincero, la honestidad, la verdadera libertad, la que nos hace iguales y hermanos. Entonces la nueva/antigua política ya no es un constructo de ingeniería social, ni depende del Estado y sus teje-manejes. El poder deja de ser tiránico y recupera su plena creatividad.

Se dirá que semejante planteamiento es utópico, y es verdad. La utopía original -véase Tomás Moro- es la forma de convivencia que se produce ante todo en el No-Lugar del alma, en esa dimensión interior del donde podemos empezar a percibir todas las orientaciones cuando dejamos de ser esclavos guiados por las ideologías, sujetos a la manipulación del Estado y sus esbirros político-mediáticos.

La religión, las grandes religiones y filosofías de la humanidad, expresan en sus simbolismos ese mismo enfoque fundamental de la política centrado en el ser humano completo y redimensionado. Pero ¡cuidado! También en el proceso de caída, que se hace evidente en nuestros días, la religión se imbrica demasiado a menudo con los teje-manejes del Estado, manipulando al hombre con el moralismo, la culpa y la constante e inútil prédica de comportarse. El Estado moderno, luchando contra ella para substituirla, se ha convertido en el gran predicador de la santurronería: tenemos que ser buenos y aprender a comportarnos. Y eso lo predican tanto los políticos como sus jefes los magos del dinero, pseudo-filántropos y capos de mafia, que actúan a nivel global, por encima de las naciones.

El Estado hoy, la “fuerza de las fuerzas” es esa especie de dominio global solapado y mediático, que obedecen automáticamente los jefes visibles del escenario público. Todos los políticos, las dinámicas de sus Estados y organizaciones anejas, obedecen de manera natural, ya que dependen de su dinero. Es el verdadero Leviathán, tan descaradamente saliendo de las aguas, que quizá nos está brindando la posibilidad de reconocerlo y desactivarlo. Eso solamente puede hacerlo el auténtico soberano, que es el dios-hombre viviente en nosotros, en cada cual: nuestro estado natural innato, que por larga caída hemos estado olvidando cada vez más durante siglos.

Es evidente que la miopía intelectual generada a lo largo de tan largo proceso de caída, provoca en la mayoría de pensadores, periodistas y gente reflexiva, el desinterés por ese tipo de consideraciones.  Pero conste que la actual crisis, es tan global, radical, enorme y multifacética, que no puede ser ni comprendida ni gestionada por los dirigentes del Leviathán ni los “sicofantes del capital”. Ya no sólo es hora de la crítica, ni de la oposición ni, menos aún, de la vieja y engañosa revolución. Es hora del “trabajo interno”, cada uno consigo mismo, porque no existe otro lugar de cambio, transformación; ni otro lugar para la toma de responsabilidad. 

Ya en nuestra juventud, harto teñida de rojo, nos advertía Agustín García Calvo que la revolución era nada más que “una vuelta a las andadas”. Y en ese punto de mi desengaño, acertadamente recomendome Gia-fu Feng, sabio maestro chino, la Inner Revolution, abriendo la puerta  a esa conversión de la mirada, a ese “trabajo” interno, que es la asignatura pendiente para la masa ilustrada de nuestros días. Es decir, un cambio en la manera de percibirse uno a sí mismo, a los demás, a la vida y al mundo. Volviendo, sí, a la naturaleza, pero no sólo fuera, antes adentro, en la fuente de donde mana todo lo bueno que compartimos.

Solamente con el trabajo interior se desactiva el veneno, la arrogancia del Leviathán, el insaciable deseo, el miedo a perder, el sentirme separado del prójimo y del mundo. Ver y procesar en uno todo eso es la máxima actualidad, lo que piden los tiempos. La crisis está a favor. Es la gran oportunidad para despertar. Se cae todo lo viejo lo podrido, las estructuras y actitudes obsoletas, para que los hombres podamos volver a vislumbrar eso que nunca ha dejado de brillar tanto dentro como fuera, visible con el “ojo del alma” “más cerca que la yugular”, accesible solamente desde la “docta ignorancia” (la de aquél que practica el “sólo sé que no sé nada”). Gran suerte tenemos los de esta generación para rectificar la política, dejando que la naturaleza nos revele de nuevo esa soberanía innata que nunca hemos dejado de ser, y aporte con ello beneficiosa comunidad a la convivencia.